La visita


Estuve recluida en la Cárcel de Cabildo desde noviembre de 1971 hasta junio de 1974. Tenia 21 años cuando fui detenida.

Hurgando en mis recuerdos, me vienen a la mente aquellos momentos que sacudían la rutina de la vida en la cárcel, como ser los días de entrega de cartas de la familia, las de mi compañero preso en el Penal de Libertad, la salida al patio, al recreo que posibilitaba el poder juntarnos y conversar con compañeras de otras celdas, pero por sobretodo el día de visita de los familiares, en mi caso la visita de mi madre, ya que mi padre estaba exiliado en la Argentina y mi hermana en Chile.

La visita era quincenal, duraba 30 minutos. Se realizaba en el locutorio, una mesa larga y un tejido nos separaba del familiar, a veces si teníamos suerte, las funcionarias abrían una puerta y podíamos darles un beso.

Recuerdo que había compañeras del interior que no tenían visita o si la tenían era en forma esporádica, ya que la distancia hacia difícil poder costear el pasaje de ida y vuelta para muchos de ellos.

Hay cosas que no me resultan fácil de escribir porque pertenecen a un terreno muy personal, el de los sentimientos, pero creo no equivocarme si digo que las visitas eran el acontecimiento por lejos más esperado por todas nosotras.

Aun así, esta me generaba sentimientos contradictorios, la noche anterior me costaba dormir pensando en el reencuentro, y en las noticias del mundo de afuera que los familiares se ingeniaban para transmitir, ya que estaba prohibido hablar de temas que no fueran estrictamente personales. Era una enorme alegría ver a mi madre, pero a su vez me pesaba el haberla puesto en esa situación por decisiones que yo había tomado en mi vida y que evidentemente la afectaban. Porque sabía que ella sufría por ver a su hija presa.

Demás esta decir que ella conocía de "mis actividades ilícitas" y nunca salió de ella un reproche.

Ella medio en broma, medio en serio nos decía a mí y a mi hermana "yo tengo que seguir con mi trabajo, mis clases de piano y ritmo, porque alguien de esta familia tiene que quedar afuera para poder apoyarlas el día que algo pase". Y así fue que junto a tantas otras madres y padres, trabajo incansablemente en el Comité de familiares de las presas políticas.

La visita era una forma de que el mundo de afuera, entrara, a través de cuentos, noticias y recuerdos de nuestra vida en familia.

Pero como todo en la vida tiene un final, la visita también llegaba a su fin y la vuelta a la celda pesaba, pensando en ella caminando de regreso sola a su casa.

Pero en la celda estaban las compañeras, que ansiosamente esperaban las noticias de que estaba pasando en el país, de las anécdotas de la familia y allí empezaban las charlas y ese compartir con ellas reconfortaba.

Mi madre no fue una excepción en ese acto de amor, compromiso y sacrificio, la enorme mayoría de los familiares organizados como podían, denunciaban las injusticias, los atropellos, contactaban a los abogados, vendían las manualidades que hacíamos, se juntaban para intercambiar noticias de sus hijas. Y la vida transcurría para ellos, los años pasaban esperando el día que sus hijas recobraran la libertad. Las visitas fueron en todo ese tiempo un sostén invalorable para nosotras.

Pero a veces ocurre que por el pudor de expresar sentimientos una no le dice a determinada persona cuanto la quiere y lo importante que eran para mi sus visitas y cuando uno se decide hacerlo ya es tarde.

Hace ya 6 años que mi madre no está. Creo que ella lo sabía, nunca faltó a una visita, pero me hubiera gustado que lo hubiera oído de mi, no una, sino muchas veces.


Carina Charquero